domingo, 30 de diciembre de 2012

Revolución - Capítulo 10


  

10


¿Qué es la Fase 2? ¿A caso mi padre no tuvo bastante introduciendo a presión en mí las habilidades? Al parecer no. Hay algo más. Algo que no puedo ver por mucho que me esfuerce. Debería preguntar simplemente, pero me cuesta hacerlo. Tengo miedo de la posible respuesta.
- ¿Cuántas Fases tiene el Proyecto 2?
- Solo dos, que nosotros sepamos – responde Alicia.
- ¿Y qué se supone que es la Fase 2 entonces?
- Tu padre consiguió introducir en ti una serie de habilidades imposibles de adquirir con entrenamientos. Habilidades sobrenaturales.
- Eso no es posible. No tengo ninguna de esas habilidades.
- Sí, sí que las tienes. ¿Recuerdas la pesadilla que tuviste hace unos días? Aquella en la recordaste el día en el que tus padres desaparecieron.
- ¿Cómo sabes tú eso?
- Me lo contó Jennifer, aunque eso ahora no es lo que importa.
- ¿Qué tiene que ver la pesadilla con todo esto?
- Es imposible tener una visión tan detallada de un recuerdo. Hay cosas que deberías haber olvidado, pero sin embargo las recordaste.
- Fue solo un sueño.
- ¿Y qué me dices de lo de hoy? ¿No has tenido ninguna sensación rara cuando huías? ¿Nada fuera de lo normal?
- Ahora que lo dices…sí hay cosas que no puedo explicar – digo, quedándome en silencio, pensando, intentando buscar las palabras adecuadas. – Cuando estaba en lo alto del edificio rodeado por todos esos soldados, algo dentro de mí me animó a saltar. Yo ni siquiera sabía que había unas vigas colgando que me permitirían llegar hasta el otro edificio, pero por alguna razón lo supuse y salté.
- ¿Algo más?
- Hubo un momento en el que todo el ruido desapareció. Solo oía lo que yo quería oír: la respiración de mi perseguidor – digo, sorprendido de mis propias palabras. – Pero hay algo más. Algo que ya me ha ocurrido más veces.
- ¿Qué es?
- Cuando necesito huir en situaciones extremas, atacar o lo que yo quiera, el tiempo pasa más lentamente. Todo se mueve más despacio, dejándome la oportunidad para pensar y reaccionar.
- Wow… – exclama. – Sin duda has entrado en la Fase 2.
- Pero ¿por qué ahora? Nunca antes había experimentado nada igual.
- Para que las habilidades de la Fase 2 se activen primero hay que dominar las de la Fase 1.
- Pues algo falla, porque yo todavía no domino la Fase 1.
- Eso es lo que tú crees, pero yo no opino lo mismo – me sonríe. – Quizá te quede pulir un poco la técnica, pero ahora mismo eres un héroe en Shat.
Sigo conduciendo sin hacer ninguna otra pregunta. Debemos parar a descansar. Estoy agotado y no conseguiré aguantar el resto del trayecto. Los caminos son oscuros y las luces de la camioneta no iluminan lo suficiente, por lo que lo mejor será esperar hasta que amanezca.
Me detengo cerca de un pequeño lago. No parece ser el lugar idóneo, pero cuál lo es. Al menos aquí me siento a gusto, sintiendo el aire fresco y viendo el reflejo de la luna llena en el agua.
- Pasaremos aquí la noche – le digo a Alicia, apagando el motor del vehículo.
- Bien. Ha sido un día duro para ti. Yo montaré el campamento.
- Solo déjame darme un baño para relajarme un poco.
- Como quieras.
Me alejo andando, con la mirada fija en el suelo. Me encuentro apagado, pensativo, triste a pesar de que he conseguido salir con vida. Hay algo que me atormenta, que me recorre la cabeza cada vez que lo pienso. Solo veo la muerte del soldado al que lancé el muro de ladrillos una y otra vez, junto a los disparos que realicé contra otro de sus compañeros. Me siento culpable. Querían matarme, ¿pero a caso eso justifica lo que hice? No lo sé. Ya no hay vuelta atrás así que mejor no pensar en ello.
Me quito la ropa y entro despacio en el agua fría del lago. Dejo que mi cuerpo flote, cerrando los ojos para acabar con toda esta pesadilla. Sin embargo, el sueño continúa.
Puedo moverme a mi antojo. Es como si el tiempo se hubiese congelado, dejándome hacer lo que quiera. Revivo de nuevo cada salto que di hace unos minutos, cada voltereta. Pero ocurre algo extraño. Soy capaz de salir de mi propio cuerpo, de volar por toda la habitación, pudiendo ver todo desde el ángulo que yo quiera. ¿Es esto la Fase 2? Debe ser. Todo es tan nítido y real. No hay nada que sea fruto de mi imaginación.
Solo cuando abro los ojos soy capaz de volver en mí. Por alguna razón no estoy asustado. Es como si ya lo asumiera, como si todo esto no fuese nuevo. Realmente no es tan impactante cuando recibes una explicación. Aun así es inesperado. ¿Qué más podré hacer con la Fase 2? Mi madre sabrá algo, pero al que realmente deseo ver ahora es a mi padre.
Salgo del agua, secándome con una toalla que cogí de la camioneta. Me visto de nuevo, antes de caminar hacia la luz de la hoguera que Alicia acaba de encender.
- ¿Qué habilidades me otorga la Fase 2? – pregunto, sentándome a su lado. Ella sonríe, ofreciéndome un trozo de carne para comer.
- No lo sé todo sobre ti ¿sabes? – dice. - ¿Cuánto tiempo llevo participando en las misiones de La Revolución? ¿Dos, quizá tres años? Solo conozco una pequeña parte de ti. Desde el momento en el que me aceptaron todo el mundo me habló de un Elegido. Decían que algún día llegarías, que nos ayudarías a salir de esta. La gente estaba convencida de ello, pero yo no me lo acababa de creer.
- Ni si quiera yo me lo creo ahora.
- El caso es que me involucré en investigarte. Ayudé en tu vigilancia, hasta que al final me  di cuenta de todo – susurra, acercándose a mí, mirándome a los ojos. – Eres capaz de arriesgar tu vida simplemente por conseguir dinero para la medicina de tu hermana. No tienes miedo a proteger a Jennifer con tu cuerpo, aunque eso signifique prácticamente la muerte.
- No pienso en lo que hago. Solo actúo. Eso es algo que puede costarle la vida a muchas personas si encabezo una rebelión.
- ¡No! Eso es bueno. Es algo que nadie puede darte, algo que muy pocas personas tienen. Eres especial, al menos para mí.
Veo como su rostro se acerca cada vez más al mío, mientras que cierra los ojos. Su mano me agarra suavemente del cuello, acariciándome el pelo, hasta que sus labios besan los míos. No pasa más de un segundo hasta que me separo de ella, poniendo entre medias la tarjeta con la información que conseguí extraer de los servidores.
¿Qué acabo de hacer? Tengo miedo. No es como cuando estaba en el edificio, huyendo de los disparos, pero tengo miedo por algo. El mínimo instante que mis labios han rozado los suyos ha sido algo nuevo, distinto de cualquier otra cosa, y me ha gustado, pero es como si no quisiera volverlo a hacer. Alicia es alguien muy importante para mí. Ella ha sido la que me ha ayudado a adaptarme a todo esto, pero no puedo hacerlo, al menos por ahora.
- ¿Qué hay aquí dentro? – digo, tratando de romper el incómodo silencio.
- Oh… – suspira avergonzada. – No lo sé.
- Era tu misión. Alicia, sé que lo sabes.
- No nos desvelan nunca el motivo de nuestras misiones. Debe ser para averiguar los puntos débiles del Gobierno.
- Todos los datos que se copiaron tenían en común algo llamado Zona 0. ¿Qué sabes de eso?
- Nada. Es solo un mito. Una Zona secreta. Se supone se construyó antes de la Gran Guerra. Nadie conoce su paradero, pero tampoco si realmente existe. Algunos dicen que está bajo tierra, otros que escondida en una montaña.
- ¿Puedes hacer una copia de la tarjeta?
- Sí, pero ¿para qué?
- No estoy seguro. Hay algo que no encaja.
Solo asiente y saca el ordenador de la parte trasera de la camioneta. Conecta la tarjeta y hace una copia exacta de la misma. Nunca nadie podría ver la diferencia. Solo quiero asegurarme de tener los datos en mi poder si algo ocurre, nada más.
Terminamos de cenar y ella se acuesta cerca de la hoguera, apoyando su cabeza entre sus manos, encogiéndose para tratar de darse calor a si misma. Hace frío y no hay más que una gran manta con la que poder resguardarnos. Yo puedo aguantar bien, pero no sé si Alicia podrá.
Me acerco a ella y cubro su cuerpo con el grueso mantón de lana, para luego dirigirme al otro lado de la hoguera, separándome de ella. No me siento cómodo en este momento, pero supongo que es lo mejor después de todo. No creo que quiera estar conmigo. Ni si quiera querrá escuchar mi voz.
- ¿Tú no tienes frío? – me pregunta.
- Estoy bien.
Pero antes de que pueda detenerla, se levanta, acercándose a mí para luego tumbarse a mi lado, arropándome con la manta.
- Esto es lo suficientemente grande como para protegernos a los dos del frío.
- Gracias.
- No hay de qué. Después de todo tú me has salvado la vida – dice, apoyando su cabeza en mi pecho. - ¿Dónde aprendiste a conducir?
- Fabriqué un pequeño coche hace ya unos años con ayuda de Jennifer y mi hermana. Siempre me han gustado los coches y creo que todo viene de ahí. Aunque tampoco se me da muy bien.
- Eres muy modesto ¿lo sabías? Ya me lo advirtió Jenn.
- ¿A sí? Creía que no hablabas mucho con Jennifer.
- Pues creías mal. Siempre me está hablando de ti, de tus hazañas y tus locuras. Es como una gran admiradora. Cuando me cuenta todas tus historias siempre lo hace con un brillo especial en los ojos, con un tono de voz que en ningún otro momento saca.
- Siento que la he involucrado en algo que es demasiado grande para ella. He puesto su vida en peligro.
- Te equivocas otra vez. Le has dado una nueva oportunidad a su vida. Ella se siente a gusto aquí. La has salvado.
- No opino lo mismo.
- Sigues equivocado – asegura, haciéndome callar. – Duerme. Mañana por la mañana llegaremos a Shat.
Se acomoda, cerrando los ojos. Noto como su respiración se ralentiza, hasta que finalmente acaba durmiéndose. A pesar de mi cansancio, yo no puedo cerrar los ojos. Miro al infinito, al mar de estrellas que inundan el cielo, recordando esos momento en la Zona 5 junto a mi amiga y mi hermana. Al menos ella debe estar bien.
- Dentro de poco iré a buscarte, Debby. Volveremos a estar juntos, te lo prometo – susurro.
Cuando termino esa última frase, mis ojos se cierra, dando a mi cuerpo el descanso que tanto necesita.

La camioneta tiembla en cuanto entramos en el camino de piedras que conecta con Shat. Poco a poco la estrecha carretera empieza a llenarse de gente, hasta que se hace casi imposible circular por aquí. Todos aplauden y me sonríen sin parar. Me mandan mensajes de animo y apoyo, gritando mi nombre una y otra vez. ¿Es cierto lo que dijo Alicia? ¿Soy un héroe ahora? Solo he completado la misión que mi compañera no pudo en su momento. No soy ningún héroe. Pero los demás no opinan lo mismo.
En cuanto pongo un pie fuera del coche, se alza un rugido de ánimo que me saca una extraña sonrisa. No sé por qué, pero me gusta. Me siento apoyado, querido como nunca antes. Realmente parece que me necesiten.
No puedo quitar de mi rostro la mueca que se dibuja. Ni si quiera cuando el Líder se abre paso entre la gente hasta ponerse delante de mí.
- Bien, Guillermo. Has demostrado lo que todos esperábamos ver. Felicidades – dice él. – Realmente tienes las habilidades que tu padre te otorgó, y no solo eso, sino que también has conseguido llegar a la Fase 2.
De nuevo todas las personas que me rodean comienzan a gritar, dándome pequeñas palmadas en la espalda. Incluso el Líder me aplaude.
- Ahora eres incluso más conocido que antes en todo el mundo. Has vuelto a burlarte del Gobierno, entrando en el mismo lugar donde pusiste la bomba, colándote en su sistema de seguridad y extrayendo datos vitales para que la sublevación pueda prepararse – continúa. – Las televisiones han grabado todo, difundiendo por todas las Zonas las imágenes del chico que siempre consigue escapar. Ni si quiera sus soldados pudieron hacer nada.
- Me ayudaron – digo yo.
- Lo sé, y lo tendré en cuenta – mira a Alicia. – Pero ahora debes descansar. Tus entrenamientos aun no han terminado. Debes poder controlar todas tus habilidades para lograr pasar la Iniciación.
- ¿Y cuándo será eso? Mi hermana no tiene mucho más dinero para sus medicinas. Dentro de poco se le acabará.
- La semana que viene. Queremos sorprender al Gobierno con un nuevo ataque a la Zona 5 ahora que están más débiles que nunca.
- ¿Entonces Jennifer está preparada?
- Eso creemos. Ha estado entrenando muy duro todas las noches con James. Puede formar parte del equipo – dice, cogiéndome suavemente del hombro y guiándome fuera del tumulto de gente. – Pero antes debes cumplir con tus obligaciones – extiende la palma de la mano, esperando a que le dé algo.
Busco por mis bolsillos, tratando de dar con la tarjeta. Cuando la encuentro, realmente no sé si es la copia que hizo Alicia o la original, aunque tampoco se nota la diferencia. El Líder la mira con una sonrisa, como si llevase esperando una vida los datos que hay dentro. Incluso noto como su mano se acerca a la mía cuando amago con darle los datos. Es un comportamiento un poco extraño, sin embargo no me paro a pensar por qué.
- Yo he cumplido con mi parte. Ahora quiero que cumpláis la vuestra – digo sin soltar la tarjeta.
- Tranquilo, así será.
Poco a poco la gente comienza a dispersarse, hasta que me quedo solo al lado de la camioneta. Alicia se despidió de mí, pero yo no me di cuenta. No sé a dónde ha ido, aunque ahora necesito comer algo y descansar un poco.
Abro la puerta de mi cueva y, como siempre, encuentro un plato de comida caliente encima de la mesa. Trago sin saborear el trozo de cordero asado, atragantándome más de una vez por no masticar bien. Hacía mucho tiempo que no comía nada igual, y supongo que hoy es un día especial. Ni si quiera yo soy capaz de asimilar lo que ha pasado hace unas horas. He sobrevivido a todo un ejercito de soldados, llegando a burlarme de ellos. Quizá el Gobierno no se esperaba mi actuación, pero realmente parecía lo contrario. Y después está el tema de la Fase 2. Al parecer todo el mundo lo sabía. No me quisieron decir nada para no asustarme más, sin embargo debieron hacerlo.
Me acuesto en mi cama, sin quitarme la ropa sucia y llena del polvo de los edificios por los que he estado arrastrándome. Estoy cansado. Dormir sobre la piedra me ha agotado más aun. Dejo que todo mi cuerpo se relaje, intentando en vano conciliar el sueño. Se oyen ruidos en el piso de arriba. Debe ser Jennifer. No ha venido a recibirme, aunque tampoco la culpo. Debería subir a visitarla después de todo. Quizá más tarde. Ahora quiero cerrar los ojos y desconectar.

Me ha vuelto a ocurrir. Otra vez uno de esos extraños sueños de los que no podía escapar. He vuelto revivir una de mis antiguas misiones en la Zona 5. Todo estaba en su sitio, tal y como yo lo recordaba, pero me podía mover, tocar las cosas y parar el tiempo para después reiniciarlo. Esto es muy extraño. Cada vez me ocurre con más frecuencia.
Me levanto y me dirijo hacia el cuarto de baño. Con la poca agua que queda en el cubo trato de lavarme la cara y así conseguir despertar del todo. Se ha hecho de noche. No sé qué hora será, pero por la posición de la luna diría que ha pasado ya la una de la madrugada. ¿Qué hago ahora? Cuando me despierto en medio de la noche no hay nada que me haga volver a dormir. Un paseo; eso será lo mejor. Al menos así conseguiré pensar un rato en esto que me ocurre. Cojo del armario una sudadera para protegerme del frío, me ajusto los zapatos y salgo por la puerta, tratando de no hacer ruido cuando la cierro.
Los senderos están vacíos. No hay nadie por los caminos. Con todo, las farolas siguen encendidas y sí parece haber soldados de La Revolución encima de los tejados, vigilando los alrededores. Sé que me han visto, sin embargo no tratan de hacerme volver a mi cueva. No debe importarles. De todos modos no he sido avisado de ninguna norma que me prohíba estar aquí a estas horas.
Me adentro en el bosque, caminando hacia el lugar de entrenamientos o hacia el acantilado donde hablé con mi madre, no lo sé. No hace mucho frío a pesar de todo. Estoy a gusto con la sudadera puesta, pero si acelero el paso y entro en calor la prenda sobra.
Me encuentro rodeado por la oscuridad, por árboles que se mueven por el viento de manera siniestra. Por alguna razón me dan seguridad. No llevo en este lugar mucho tiempo, pero ha sido el suficiente como para adaptarme a todo esto.
De repente oigo un ruido. Suena como metal chocando. Debe haber alguien en el campo de entrenamientos.
Me acerco despacio, escondiéndome detrás de los troncos de los árboles. En medio del campo de obstáculos luchan dos personas con afiladas katanas. Se mueven con mucha agilidad, esquivando los golpes y utilizando los bloques para realizar complicados movimientos. Se producen chispas cada vez que los filos de sus armas chocan con dureza, dejando una imagen increíble del espectáculo.
A medida que me acerco distingo los rostros de los dos contrincantes. Son Jennifer y James. Deben estar entrenando, como todas las noches. Jamás imaginé que mi amiga hubiese alcanzado un nivel tan alto en tan poco tiempo, pero ahora lo veo con mis propios ojos. He entrenado con ella cada día, sin embargo hasta este momento no me había percatado de su nivel. Quizá James le haya ayudado, pero sigue siendo la primera noche que están juntos. Se mueve con mucha agilidad. De verdad se lo estaba tomando en serio. Quizá todo esto si haya sido algo bueno para Jennifer, como dijo Alicia.
Trepo a lo más alto de uno de los árboles, viendo desde la distancia el entrenamiento. Cada vez que se detienen hablan entre ellos, riendo para luego volver a comenzar. En ocasiones me siento incómodo aquí arriba, escuchando su conversación, los consejos que James le da para mejorar sus pasos, pero tampoco quiero irme. Después de media hora más de duro trabajo, él por fin se despide de ella.
- Sigues mejorando – sonríe James.
- Gracias a ti – dice ella, intentando recuperar el aliento. – Dentro de poco será nuestra Iniciación.
- Si, eso parece. Escucha, voy al lago a darme un baño. ¿Vienes?
- No. Creo que me voy a quedar aquí un poco más.
- Como quieras – se encoge de hombros. Se acerca a ella y la abraza antes de pasar por el árbol al que estoy subido y desaparecer en la oscuridad.
Jennifer se acerca a una pequeña plataforma, cogiendo unos cuantos cuchillos arrojadizos que comienza a lanzar a una diana, unos metros más allá. Acierta todas las veces, no siempre consiguiendo alcanzar el centro, pero al menos es capaz de apuntar bien.
- ¿Estás segura de que no tienes las habilidades del Proyecto 2 tú también? – digo yo.
Ella se asusta, lanzando por acto reflejo uno de sus cuchillos contra mí. Este se clava con fuerza en la rama en la que estoy apoyado, hundiéndose en la madera. Solo lo arranco como puedo antes de saltar al suelo y dirigirme hacia ella.
- Ten – se lo extiendo. – Buen lanzamiento.
- Guille – dice sorprendida. - ¿Cuánto tiempo llevas ahí arriba?
- Quizá demasiado. Aunque yo creo que el suficiente como para ver que sí estás preparada para la Iniciación.
- Todavía no soy muy buena. Tengo que mejorar.
- Bueno…queda una semana todavía. Tienes tiempo. Y parece que James sabe ayudarte.
- Él siempre está dispuesto a ayudarme cuando se lo pido.
- Sí…supongo que después de todo lo que ha ocurrido yo no he podido estar a tu lado.
- No digas tonterías. Ahora eres un héroe. Ellos te necesitan más que yo.
- No me siento muy especial ahora.
- Me salvaste la vida…
- Después de ponerla en peligro – la interrumpo.
- Y acabas de salvársela a Alicia. Y también has conseguido los datos que tanto necesitan. Todo el mundo lo ha visto por la televisión.
- Pero se la he quitado a un soldado.
- Nadie en este lugar te va a juzgar por ello, Guillermo.
- Lo sé, pero yo sí lo haré – digo, agachando la cabeza, sentándome en el suelo.
- Todo va a salir bien. Ya lo verás. Solo tienes que darte una oportunidad a ti mismo – me susurra ella, rodeándome con su brazo. – Ven. Sé de algo que te animará.
Me obliga a levantarme, haciéndome correr por uno de los senderos del bosque. El camino parece igual que todos los demás por la falta de luz, sin embargo sé que nunca antes había estado por aquí. Poco a poco la masa de árboles se va abriendo hasta formar a nuestro alrededor un enorme claro, en cuyo centro descansa un grueso y alto pino.
A simple vista no parece nada especial, pero cuando me fijo bien puedo distinguir una construcción de madera en lo más alto. Es parecida a cualquiera de las que hay en el centro de Shat. Se ve sólida y moderna, pero también descuidada. A pesar de todo tiene algo que la diferencia de las demás. Quizá sea el lugar donde se encuentra, o tal vez la privacidad.
- Vamos, sube – me dice Jennifer en cuanto nos acercamos al tronco del viejo pino.
- ¿Y las escaleras? – pregunto.
- No tiene. Este lugar se ideó solo para soldados de La Revolución. Si quieres subir debes demostrar que posees lo necesario.
Ella empieza a trepar. Sube a gran velocidad, muy rápido. Tan rápido como jamás la había visto. Parece hacerlo con soltura, como si llevase años haciéndolo. No parece tambalearse cuando salta de una rama a otra, ni resbalarse cuando apoya sus pies en la resbaladiza corteza del árbol. Yo la sigo por detrás, haciendo lo mismo que ella hace, hasta que alcanzo el suelo de madera de la casa.
El lugar parece llevar años abandonado. La luz de la luna genera tétricas sombras que se adentran por los cristales rotos de las ventanas. Las enredaderas trepan por las paredes, inundando también el suelo con sus hojas. Todo está sucio, lleno de polvo y viejos cachivaches inútiles, pero sigue pareciéndome un lugar distinto y especial.
Jennifer abre la puerta, guiándome por el interior. Me hace sentarme en un enorme cojín, inclinándome lo suficiente como para ver el techo de la habitación.
- ¿Qué es este lugar? – pregunto.
- Un antiguo observatorio – responde. – Es un puesto de vigilancia. Desde aquí podían ver si alguien del Gobierno se acercaba por los caminos. Ahora tienen radares e inhibidores que impiden que alguien los encuentre.
- ¿Cómo sabes tú todo eso?
- Me lo contó James.
- ¿Él te enseñó esto?
- Si. Pero no hemos venido a eso.
Se acerca a una pequeña polea que hay pegada a la pared. Tira con suavidad de la cuerda, activando el mecanismo que poco a poco abre el techo del lugar, dejando ver un enorme cielo estrellado.
- ¿Te acuerdas de nuestras noches en el tejado de tu casa? – dice ella, sentándose a mi lado.
- Si, claro.
- Pensé que podríamos recordar viejos tiempos.
- No son tan viejos. Hace dos semanas estábamos haciendo lo mismo.
- Tienes razón, pero me han parecido siglos. Se me hace extraño no ver a Debby todos los días.
- Si. Ella siempre trataba de ver el lado positivo de las cosas. Espero que lo esté haciendo ahora mismo.
- Pit cuida de ella. No debes preocuparte.
- Lo sé. Es solo que…el Líder, Pit, Alicia, James…no sé en quién confiar y en quién no.
- Nosotros estamos juntos. Ya lo sabes. Pronto será nuestra Iniciación y podremos acabar con esto.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Revolución - Capítulo 9






9




Espero ver un gesto de burla en el rostro de Alicia que me indique que todo esto es una simple broma, pero su comportamiento es más serio de lo habitual. Realmente tiene intención de que realice su misión.
No deja de sacar cosas de la camioneta, enganchando cables y activando botones de diferentes maletines. Se mueve de un lugar a otro, pero no me dirige la palabra. Solo espero de pie, intentando que alguien me dé una explicación.
- Ponte esto – me extiende algo. – Es un intercomunicador. Con él estaremos en contacto en todo momento. Es muy importante que no te lo quites en ningún caso, y sobre todo que nadie consiga quitártelo. Si lo hacen descubrirán el paradero de La Revolución. También me conectaré a las cámaras de seguridad de la ciudad para poder vigilarte de cerca.
- Sigo sin saber el motivo de todo esto – rechazo el objeto. - Si no conseguiste completar tu misión, el Gobierno ya se habrá dado cuenta de ello y habrá aumentado la vigilancia.
- Todo eso no importa si no pueden verte.
- ¡No lo entiendes! – me desespero. – Aunque mi padre consiguiese hacer funcionar en mí todas las habilidades, no existe ninguna que me permita camuflarme. Es imposible.
- Lo sé. Pero existe una habilidad que todo el mundo posee. La inteligencia – insiste Alicia. – Para hacer este tipo de misiones necesitas pensar rápido, intuir los movimientos de las personas que te rodean. Si lo consigues siempre irás un paso por delante de ellos.
- ¿Y si no lo consigo?
- Corre.
Camino de un lado a otro del callejón, nervioso, indeciso. Puedo realizar la misión y ganar puntos para formar parte definitivamente del grupo que rescatará a Debby, o puedo negarme y arriesgar todas mis posibilidades. Parece una decisión fácil, pero todo puede salir mal. En el momento en el que me descubran, toda una ciudad tratará de matarme.
- ¿Qué tengo que hacer? – pregunto, cogiendo el intercomunicador y poniéndomelo en la oreja.
- Tienes que infiltrarte en el ayuntamiento.
- ¿Y cómo se supone que voy a hacer eso?
- Con esto – dice, dándome una pequeña tarjeta. – Te harás pasar por empleado.
- Bien. ¿Y luego qué?
- Entra en los servidores de la ciudad. Yo te iré diciendo qué datos debes guardar.
- Nunca he manejado un ordenador.
- Tranquilo yo te guiaré.
Respiro profundamente. Aun no muy seguro de lo que voy a hacer, pero Alicia se acerca a mí, enseñándome su mejor sonrisa y tratando de calmarme. Me rodea con sus brazos, cogiendo la capucha de mi chaqueta y ponérmela sobre la cabeza de la manera más suave posible. Sus ojos me miran fijamente, tranquilizándome de inmediato, hasta que puedo notar como sus labios me besan en la mejilla.
- Entrar, conseguir los datos y salir. ¿Nada más? – digo yo, tratando de romper la tensión del momento.
- Nada más – afirma ella. – Solo ve un paso por delante de los demás.
Una vez que he comprobado que el aparato que llevo en la oreja funciona, doy media vuelta y salgo del pequeño callejón, intentando mezclarme con la gente.
Las calles están abarrotadas. Ni si quiera en el momento de la misión Jennifer y yo nos encontramos este lugar tan congestionado de personas. Casi no puedo andar sin hacer fuerza para abrirme paso. Supongo que esto debe ayudarme, pero siento como todos los ojos de este lugar se fijan en mí.
Trato de andar mirando al suelo, ocultando mi rostro tras la capucha, pero no sé a donde voy. Me dejo llevar, movido por la marea humana, hasta que soy yo el que se da cuenta de que así no llegaré a ninguna parte. Tengo que vencer mis miedos. No puedo seguir así. Quizá me descubran, pero si no intento llegar hasta el ayuntamiento, jamás sabré si lo hubiera podido lograr.
Obligo a que mis pies se anclen en el suelo, inmovilizándome en medio de la calle. La gente me golpea y me insulta, pero yo sigo sin levantar la mirada del suelo. Finalmente, logro caminar en la dirección correcta.
- Quita la mano de la capucha – oigo por el auricular.
- ¡¿Cómo?!
- La gente sospecha de ti porque te ven tirando de la capucha para ocultar tu rostro – dice Alicia. – Tienes que disimular mejor. Si solamente caminas como uno más de ellos nadie se fijará en ti, aunque te escondas debajo de un trozo de tela.
Trato de hacer lo que me dice. En un comienzo me cuesta tener que mirar de frente, evitando los ojos de los que caminan por aquí, pero logro vencer la tentación. Realmente es sencillo cuando no piensas en ello, aunque supongo que ya estoy acostumbrado a tratar de pasar desapercibido por mis misiones en la Zona 5. A pesar de todo, me pongo nervioso y acelero el paso cada vez que noto que alguien se detiene a mirarme.
- ¿Cómo consigo entrar ahora? – pregunto, una vez me encuentro delante del ayuntamiento.
- Simplemente dirígete a la zona de empleados. No hagas preguntas a nadie y solo responde con las mínimas palabras a todos aquellos que te soliciten algo. Yo te iré guiando.
Tiro de la vieja puerta de madera del edificio, entrando en su interior. Me esperaba algo más moderno y nuevo, parecido al edificio de Shat, pero desde luego no esto. El ambiente podría describirse parecido al de mi casa, con las paredes rotas y los muebles a punto de ceder, sin embargo, este debe de ser el lujo del que disfruta todo el mundo en la Zona 4. No entiendo cómo es posible que el Gobierno permita esto en un lugar donde se supone que ellos gobiernan, pero no he venido aquí para hacerme preguntas.
Distingo un viejo letrero anclado a la pared donde se lee “Reservado para empleados”. Camino despacio por el pasillo indicado hasta que me topo finalmente con un control. Un guardia revisa las identificaciones de todos los empleados que pretenden acceder a su zona de trabajo, asegurándose que nadie se cuela en el recinto.
- Dale la tarjeta que te he dado – habla Alicia de nuevo.
Me acerco, hasta tenerlo justo en frente. Me habla, pero la tensión del momento no me deja escucharle. Me lo repite varias veces, hasta que por fin me doy cuenta de que solo me pide mi identificación. Le extiendo con la mano temblorosa el documento para que pueda identificarlo, rezando para que los falsificadores de La Revolución hayan sido lo suficientemente buenos como para saltarse todos estos sistemas de seguridad.
- ¿A qué has venido? – me pregunta el hombre.
- A recoger un paquete – dice Alicia.
- A recoger un paquete – repito yo, sin alzar la mirada del suelo.
- Está bien, chico. Solo necesito que pongas tu huella dactilar aquí.
Escanea mi dedo pulgar. A pesar de todo, el ordenador da el visto bueno a mi identificación, por lo que me deja pasar. Al parecer La Revolución sabía lo que hacía. Pero, ¿cómo es posible que la base de datos no haya detectado que en realidad soy el chico al que todo el mundo busca? Supongo que el vivir en la Zona 5 hace que realmente no existas. Nadie sabe que realmente estás vivo, y eso es lo que más habrá sorprendido al Gobierno de mi ataque.
Busco por todos los pasillos la habitación de los servidores. No me paro a preguntar a nadie ni a mirar un letrero, solo camino e intento tener la suerte de toparme con mi objetivo. Solo consigo llegar a mi destino cuando Alicia me guía desde su puesto en el callejón.
La sala es inmensa. No tiene nada que ver con el resto del edificio. Las enormes torres de ordenadores ordenadas en filas llenan el lugar, frío y oscuro para mantener los aparatos a pleno rendimiento. Hay luces parpadeando por todos lados, sumado al estruendo de los ventiladores. Jamás había visto nada igual antes, y eso me hace dudar de por dónde empezar.
- Justo en el centro de la sala tienes el ordenador central.
- Lo veo – digo cuando logro encontrarlo. – Pero me pide una clave para entrar.
- Tiene que haber una ranura por algún lado donde puedas meter la tarjeta de identificación.
- Sí.
- Insértala. Tiene un virus que logrará darte acceso.
Veo como la pantalla comienza a llenarse de números y letras tan rápidamente que no puedo llegar a leer nada. Poco a poco se imprimen en la pantalla letreros de “Acceso permitido”, hasta que el virus logra darme control total sobre todos los servidores de la sala. Pero, ¿ahora qué? Hay miles de archivos que podría llevarme. Ni si quiera sé lo que busco.
- Coge el teclado y busca “Zona 0” – me indica Alicia.
- ¿Por qué Zona 0?
- ¡No hay tiempo! – grita histérica. – ¡Tú hazlo!
En cuanto el ordenador realiza la búsqueda, empiezan a aparecer uno a uno decenas de diferentes archivos clasificados. Mapas, contratos, videos, grabaciones de voz, todo a cerca de lo que parece ser una Zona desconocida por todos nosotros.
¿A caso nos ocultan la existencia de un lugar donde habitan más personas? Es imposible. No hay ni un solo lugar sobre la superficie de la Tierra que esté sin ocupar. Pero ¿qué son todos estos datos entonces? Puedo leerlo perfectamente en todos ellos: “Proyecto Zona 0 aprobado”. Existe. ¿Dónde y para qué? Supongo que para eso estoy aquí, para averiguarlo, pero sigo confuso.
Una vez que todos los archivos han sido transferidos a la tarjeta, la guardo en mi bolsillo. Intento apagar el ordenador y así dejar la sala de la manera más parecida a la que me la encontré, pero antes de poder salir por la puerta, un nuevo grito a través del intercomunicador me sorprende.
- ¡Mierda!
- ¡¿Qué ocurre?!
- Saben que estás ahí, Guillermo. Tienes que salir cuanto antes – dice, inquieta. – Han detectado el virus en su sistema y han localizado de donde procede. Van a por ti.
- ¿Qué debo hacer? – pregunto asustado.
- Lo que mejor sabes hacer: correr. Van armados y no dudarán en dispararte. Ve por los tejados; irás más rápido.
- Pero…
- Puedes hacerlo – me interrumpe. – Ve un paso por delante de ellos - antes de poder preguntar nada más, la comunicación se corta.
Me levanto del suelo, nervioso por toda esta situación. No puedo asimilar el hecho de tener que salir de aquí saltando por una ventana. Sin embargo, antes de ponerme en marcha, recuerdo algo. Cojo el intercomunicador y lo tiro al suelo, pisándolo. El pequeño aparato se rompe en diminutos pedazos, dándome la seguridad de que al menos a ella no la encontrarán.
Oigo los gritos y el sonido de las botas de los guardias que me buscan. Está subiendo por las escaleras, y si no salgo pronto de aquí me encerrarán en esta sala. Me aseguro de tener a buen recaudo la tarjeta antes de por fin salir por la puerta hacia las escaleras.
Tengo que subir. Si llego a la azotea del ayuntamiento al menos podre saltar a los edificios contiguos y así tratar de llegar a la camioneta. Pero ese no es el principal problema. Lo complicado es despistarles. No puedo dejar que nos sigan hasta Shat. Espero que Alicia tenga un plan para eso.
Abro la puerta metálica de la última planta reventando la cerradura de una patada. Me falta el aire. He subido las seis plantas sin pararme casi a respirar, pero tampoco puedo detenerme ahora. Desde aquí puedo ver como una horda de policías entra sin parar por la puerta del ayuntamiento, buscándome por cada sala. La gente que antes caminaba tranquilamente por la calle ahora observa expectante, mientras que otros tres agentes mandan las ordenes desde fuera al resto de sus compañeros.
De repente, un potente foco se enciende, deslumbrándome, casi haciéndome caer al suelo por el golpe de luz. No puedo abrir los ojos, sin embargo sé que me han encontrado. Me ordenan detenerme a través de un megáfono, amenazándome con disparar si no colaboro. Los soldados han entrado ya por la puerta rota y me apuntan con sus armas. Ya no hay vuelta atrás.
Quiero rendirme, levantar las manos para que ninguna de sus balas me atraviese el pecho, pero algo me impide hacerlo. Es igual que aquel día en el incendio de mi casa. Igual que durante los entrenamientos. Es algo que crece dentro de mí y me obliga a actuar, a no rendirme todavía, dibujando una pequeña sonrisa en mi boca.
Camino con pasos cortos hacia atrás. Los soldados cada vez se acercan más a mí, tensos, dudando si disparar o no, hasta que llego al borde de la azotea. Me miran sorprendidos, en silencio, quizá con miedo a que salte y se queden sin recompensa, pero no pretendo hacer caso a sus órdenes. Miro de un lado a otro, observando las luces de las sirenas que iluminan toda la escena, el foco que me sigue apuntando desde algún lugar en el suelo, la gente que me mira desde las terrazas de sus casa y los edificios que me rodean. Solo me queda respirar profundamente y saltar.
Siento el aire golpear mi cara durante unas décimas de segundo. Por mi cabeza todo pasa más lento. Puedo pensar en todas las posibilidades que tengo para llegar al suelo sin matarme y soy capaz de aprovechar eso para huir.
Caigo sobre unas vigas metálicas que una de las grúas mantenía suspendidas en el aire a unos pocos metros de la azotea. Al menos así puedo saltar al edificio en construcción contiguo al ayuntamiento. Pero he cantado victoria demasiado pronto. Creía que nadie me seguiría, que era imposible que los soldados del Gobierno supiesen las técnicas de escalada que nosotros aprendemos en La Revolución, pero me equivoqué.
Tres de las personas que me persiguen ahora llevan bordado en el hombro el logotipo del Gobierno, sin embargo, estos soldados no son como los que iban armados. Estos visten uniformes mucho más cómodos. No llevan chalecos repletos de artilugios o cascos protectores, simplemente unos pantalones holgados, una camiseta estrecha y unos guantes para proteger sus manos. Visten prácticamente igual que yo pero con diferentes colores. Pero, ¿a caso sabían desde un principio que era yo el que se estaba infiltrando en sus servidores? Si no, ¿por qué traer soldados que conozcan técnicas de movimiento?
No puedo detenerme a pensar ahora. Puedo oír su respiración cada vez más cerca y no tengo tiempo. La oscuridad del edificio al menos me camufla, a pesar de todo, yo tampoco puedo verles a ellos.
Me deslizo por cada agujero, salto cada pared, cada obstáculo, intentando descender lo más rápido posible a las plantas inferiores. Atravieso las grandes ventanas de cristal para alcanzar otros edificios, pero no logro llegar hasta la camioneta. No está a más de dos calles de aquí, sin embargo, no puedo arriesgarme a que descubran a Alicia también. Tengo que hallar la manera de despistar a los tres soldados que me persiguen antes de que el resto del ellos logre alcanzarme.
Cada vez que me detengo, oigo disparos que van dirigidos hacia mí y que chocan contra las vigas metálicas que me rodean. No me queda tiempo. Están armados, y por una parte eso me puede beneficiar. No estoy seguro de lo que hago, pero sigo sin poder controlar todos mis impulsos. Me escondo detrás de un pequeño muro de ladrillos, aun sin terminar, anclados al suelo solo débilmente.
Trato de respirar más despacio, agudizando el oído para captar los pasos de mis perseguidores sobre el duro suelo de cemento. Pero es una situación extraña. Debería escuchar el ruido de la calle, de las sirenas, sin embargo solo oigo la respiración de los tres soldados. Sé que uno de ellos está justo detrás del muro, por lo que antes de que mi cabeza pueda plantearse lo que me está ocurriendo, actuó.
La pila de pesados ladrillos cede en cuanto la empujo. Siento como el suelo tiembla en cuanto cae, produciendo un estruendo que camufla el grito del hombre. Cuando la nube polvo se disipa, distingo su cuerpo lapidado, el cual sostiene todavía con fuerza la pistola entre los dedos de la mano.
Le observo. No me siento culpable a pesar de todo. ¿Debería? Supongo que no, pero sigue siendo una persona. Me he criado en la Zona 5 y he vivido con la muerte mucho tiempo, llegando a acostumbrarme a ella. Aun así, algo dentro de mí debería sentirse culpable. Trato de agacharme para cerrar sus ojos, pero antes de poder hacer nada, una bala impacta sobre una de las tubería, haciéndome reaccionar.
Ruedo por el suelo, cogiendo la pistola de los dedos agarrotados del soldado muerto, cubriéndome detrás de una pila de sacos de arena. Los otros dos hombres me han encontrado y no deben de estar muy contentos por la muerte de su compañero.
- Sal de ahí – habla uno de ellos. – Eres más valioso para todos vivo que muerto.
Pero no contesto, solo corro. En cuanto salgo de mi escondite, oigo disparos. Les da igual si no me consiguen capturar con vida. Ahora mismo soy una amenaza para el Gobierno, por lo que mi muerte no será un problema para nadie.
Las tuberías comienzan a romperse por los agujeros de bala. Cae agua al suelo y cuesta cada vez más mantener el equilibrio y no resbalar. Oigo como mis dos perseguidores hablan entre ellos, mientras que sus pies se hunden en los charcos. ¿Por qué trato de huir? Tengo un arma y puedo utilizarla. Quizá no quiero matar a nadie más, pero no tengo por que hacerlo.
Por primera vez controlo mis movimientos. Soy capaz de pensar en lo que quiero hacer para luego simplemente hacerlo. He divisado un pequeño agujero en la parte más baja del muro del final del pasillo. Creo que conecta la tercera planta con la segunda, así que también es mi vía de salida. Solo me deslizo por el suelo, ayudándome del agua, tratando de conseguir la posición necesaria para que mi cuerpo pase sin problemas por la pequeña ventana de la pared.
Todo pasa más lentamente otra vez. Puedo ver el agua salpicar por todas partes, mi mano agarrar con fuerza la pistola, mientras que apunto a uno de los dos hombres que se mueven justo detrás de mí. Sin pensarlo, aprieto el gatillo dos veces, dejando que las balas salgan disparadas hacia el hombro y la rodilla de uno de ellos. Veo como cae al suelo, incapaz de volver a levantarse. Trata de dispararme, pero antes de que pueda intentarlo, mi cuerpo cae a la segunda planta del edificio.
Espero, apuntando al pequeño agujero, convenciéndome de que debo disparar en cuanto vea el cuerpo del otro soldado deslizarse hacia aquí, pero no ocurre nada. ¿Dónde está? ¿Se ha detenido a socorrer a su compañero? No puede ser. Solamente tiene que pedir ayuda por la radio y en seguida un grupo de soldados le socorrerá. Y así es. Siento un duro golpe el la cara en cuanto me doy la vuelta, propinado por el último de mis perseguidores.
- Debería matarte ahora. La recompensa que ofrecen no es tan sustanciosa y has matado a mis dos compañeros.
Le miro a los ojos. Quiero hablar, tratar de salvar mi vida, pero antes de poder hacerlo, oigo un fuerte silbido que recorre el aire. Sé lo que es. Un pequeño misil choca contra una de las paredes, estallando, provocando una fuerte onda expansiva que nos lanza varios metros hacia atrás. Por suerte no hay nada en mi trayectoria que me haga sufrir más daños.
A pesar de todo mi vista es borrosa. Poco a poco comienza a aclararse, distinguiendo el estado en el que ha quedado la sala después del ataque. Algunas columnas están a punto de ceder, por lo que un nuevo impacto acabaría de tumbar el edificio. Veo a lo lejos al hombre que hace unos segundos amenazaba con matarme, enterrado en una pila de escombros. Está vivo pero aturdido, por lo que esta es mi oportunidad de escapar.
Me levanto a duras penas del suelo. Cojo de nuevo la pistola que robé, guardándomela en el bolsillo. Me limpio como puedo la sangre que cae por mi rostro, poniéndome en marcha de nuevo. Estoy algo mareado, pero oigo como alguien carga un nuevo misil en el arma que me apunta desde el edificio contiguo. No tengo tiempo. Alicia me espera en la camioneta, puedo verla desde aquí.
Me tambaleo en mis primeros pasos. Tengo que apoyarme en las paredes para no caer. Estoy cerca de conseguirlo, sin embargo un paso en falso arruinaría todo. Después de varios intentos, consigo comenzar a correr hacia la ventana rota que me permite salir a la pequeña calle, pudiendo saltar por ella justo en el momento en el que el vuelvo a oír el silbido del misil.
Caigo sobre el capó de la camioneta, dando una voltereta para amortiguar la caída. La explosión oculta los gritos de Alicia, que me espera en el asiento del copiloto para que entre en el vehículo inmediatamente. No puedo evitar ver como el enorme edificio se tambalea, a punto de caer. Solo cuando su mano me golpea el hombro consigo despertar y entrar en la camioneta.
Enciendo el motor rápidamente, pisando al máximo el pedal del acelerador. Ni si quiera me preocupo por chocar contra los estrechos muros cuando cojo una curva cerrada. Tenemos que salir de aquí cuanto antes y no importa cómo lo hagamos.
Salimos a la calle principal. Todo está cercado por los soldados del Gobierno, rodeado por los curiosos que se han acercado a ver qué ocurría. No podemos salir de aquí. Nos disparan, obligándome a conducir agachado, sin casi poder ver a dónde voy. Es imposible escapar.
De repente, Alicia coge de mi bolsillo la pistola. Veo como rompe la ventanilla de una patada, sacando medio cuerpo por el lateral del vehículo. Se concentra, apuntando a un objeto que no acabo de distinguir, pero cuando dispara algo estalla, dejándonos el camino libre.
- ¡Rápido, acelera! – grita ella.
Yo solo obedezco, llevando el motor de la vieja camioneta hasta el límite. Pero todavía no hemos terminado. Un convoy de coches del Gobierno nos persigue por la carretera. Si consiguen seguir nuestro ritmo conseguirán llegar a Shat. No podemos poner en peligro a La Revolución. A pesar de todo, Alicia lo sabe. Coge algo de uno de los maletines que hay tirados por todo el interior, sacando un extraño artefacto en forma de plato grueso que activa para luego tirar por la ventana. Cuando el primer coche pasa por encima, se produce una nueva explosión, formando un socavón imposible de sortear por los demás.
Estoy tenso. Todo ha ocurrido de verdad. No es uno de mis sueños. Ha sido muy rápido y a penas he podido pensar en ello. Conseguimos salir finalmente de la ciudad, asegurándonos que nadie nos sigue. Es entonces cuando me permito relajarme un poco.
- ¿Qué ha sido eso? – pregunto, queriendo gritar.
- Una mina – dice ella, muy tranquila para todo lo que ha pasado. – Nos dará el tiempo suficiente como para huir sin problemas.
- ¡No me refiero a eso! ¡Por si no lo sabías casi consigues que me maten! – me desespero.
- Pero no lo han conseguido.
- ¡¿A qué estáis jugando?! Se supone que esto era un simple entrenamiento.
- En realidad no.
- ¡¿Cómo?!
- Era una prueba – trata de explicarme ella. – Nos dijiste que durante tus años en la Zona 5 tus habilidades solo florecían en casos extremos. Por eso actuaste así el día en el que tus padres desaparecieron.
- ¿Y eso qué tiene que ver? Ya sabéis que poseo las habilidades. Por eso mismo entreno combate y movimientos.
- Pero eso es solo una pequeña parte.
- ¿Una pequeña parte? ¿A caso hay más?
- Creemos que tu padre consiguió seguir adelante.
- ¿Con qué?
- Con la Fase 2.